viernes, 27 de noviembre de 2009

Diferente

Democracia, on? Terrorista, qui?
Esas palabras le daban los buenos días desde el balcón, frente a la ventana. Esas y otras muchas consignas sobrellevadas desde el 11-S, eran las que habían empujado a unos a la contienda y a otros, tal vez la mayoría, a la contra- contienda.

Joel intentaba hacer germinar y florecer algunas macetas en el balcón afeitado por una interminable cascada de vehículos, hecho por el cual las plantas que llegaban a crecer lo suficiente mostrando en su inclinación la fuerza de la corriente que las azotaba.

La descarada invasión había llegado a su fin en países lejanos mientras, continuaban muriendo personas cercanas. Para Joel la gente moría incesantemente en su imaginación, la gente explotaba, la gente desaparecía, o simplemente dejaban de llamar, lo que para su vida social era como una muerte más. Su familia estaba lejos y por primera vez se llevaban decentemente. El desarraigo era común en esta época y en esa generación. Ese desarraigo y el olvido marcaban su vida día tras día. Tal vez por esa razón, las pancartas y banderas anti militaristas seguían expuestas de los miles de balcones de la ciudad, llamando al ejercicio de la memoria y la persistencia, implorando a la historia y a los ciudadanos no olvidar, no caer en el tedio, buscar causas por las que enamorar a la vida que palpita bajo la superficie de las cosas, bajo de la piel… Mientras, revisaba fotografías que habían aparecido en la última mudanza. No sabía muy bien, tal vez solo se preguntaba cómo podían estar pérdidas esas fotografías y de repente, aparecer, sacudir su vida como un cajón de sastre, y producirle la estupefacción del que se encuentra un pedazo de su cerebro al mover una estantería mal situada. Seguro que él mismo había inconscientemente sacado de sus rincones entre libros y discos abandonados, seguro que de algún modo había una razón para que esas fotografías aparecieran allí sobre el escritorio tras la reordenación de todas las pertenencias que arrastraba mientras se liberaba de sí mismo. O simplemente eran basura.
Intentó describir las imágenes sin darles cercanía emocional. El resultado fue breve:

Fig.1
Diez caras alrededor de una mesa acompañadas por otros diez cuerpos cansados, miran a la cámara bajo un pino que soporta inclemente, la carga de diez casitas para pájaros prefabricadas. Miran a cámara y gesticulan el dolor en los ojos que supone sentir la fuerza del amanecer tras una noche en vela buscando trabajos de emociones perdidas. Trastornos del alma. Una de las fotografiadas sonríe a cámara tras sus gafas de sol.

Fig.2
El borde de la cabina del dj, la sutil barra se inclina para depositar en el sucio suelo la carga que impide el apoyo, los vasos con hielo derretido y los botellines oscuros de olor agrio. Ellos dos miran a cámara con una sonrisa fácil y unos ojos vidriosos. La oscura puerta a sus espaldas limita con su pestilente aroma el umbral de la zona segura.

Fig.3
En una habitación de barroquismo hippie un hombre oral enseña a uno mimético algunas fotografías porno en el ordenador, mientras la esposa del primero los fotografía a los dos en la posición más cercana que pudo nunca tener: el umbral del erotismo ajeno. El mimético sonríe a la cámara esperando el momento de estar a solas y poder llorar.

Fig. 4.
Dos seres parecidos en su expresión se sitúan en un espacio ajeno y se detienen, miran a cámara y se abrazan mientras retienen o esconden sus uñas.

Fig. 5.
Atrás en el tiempo, adolescente efervescente en medio de una calle desconocida. Barcelona. Principios del año 91, calles que enamoran a los viajeros de paso. Sueños de otra vida, deseos juveniles.

Fig. 6.
Cinco jóvenes y un perro sobre una alfombra abandonada en una terraza. Ropa tendida. Café pastas y hachís. Ociosidad aparente.

Fig. 7.
Doce comensales. Once en la foto. Uno mira, más de uno dispara. Bajo la sombra se sirve el té en la terraza.

Fig. 9.
Buhardilla iluminada. Sueño al atardecer. Viaje por la metrópoli de los sueños propios. Postal de una exposición a la que no había asistido y en su reverso podía leer una poesía que le recordaba la razón por la cual no había asistido a tal evento.


Tras ordenar las fotografías por complejidad de recuerdos o por el grado de historias inconclusas que evocaban las dejó en un álbum de fotos que vagaba por la estantería. Una sensación de incapacidad, de no saber qué hacer para remediar lo que no sabía que estaba pasando con su mundo y con su vida lo embriagaba y deseaba como nunca que alguien le dijera que hacer, que le indicaran el camino, en definitiva no tener que elegir.
Percibía el deber de tener fe en sí mismo, debía suponer que la constancia y la perseverancia le harían encontrar una oportunidad, ver saltar la liebre como afirmaban los libros de éxito laboral. Sin embargo, le llenaba una sensación de agotamiento constante, que lo levantaba ya cansado.

Se arrastraba hasta el desayuno cada mañana mientras veía las noticias, con los últimos acontecimientos de guerra transmitidos vía satélite, y seleccionaba los anuncios de ofertas de trabajo. Decidió dar una vuelta y dejar que el aire de febrero le despojara de la sensación de estar tirando su vida por el retrete.

Marcos
Tenía 28 años, una carrera de bellas artes y un futuro profesional como empleado de banca. Cada mañana se levantaba mediante un resorte interno que él mismo no podía explicar. Algo que lo empujaba a levantarse
todas las mañanas a las siete, vestirse con un chándal, correr durante treinta minutos, volver a casa, ducharse, desayunar y aparecer a las 9.15 puntual por la oficina. Marcos decía que se encontraba en la cumbre de su vida.
Había dejado sueños románticos de artista en un armario junto con lienzos y pinturas sucias, había despachado a su novia poco después de encontrar trabajo en una sucursal bancaria y se había comprado un coche con equipo estéreo y carga para veinte cd´s. No dejaba de impresionarse a sí mismo, día a día, y lo repetía hasta la saciedad en los cafés de oficina, donde todos se quejaban de su mujer, los niños, la hipoteca… todos, a excepción de Marcos, dejaban la amarga barra manchada de su amargo café –sólo, gracias- con sus amargas palabras de encadenamiento a ninguna parte. Marcos se jactaba de su situación, reconocía estar mejor que sus compañeros, menos ataduras y menos compromisos, dan siempre menos dolores de cabeza- decía entre café y pitillo. Siempre solía tener alguna frase de parecida contundencia que nunca lograba reducir a nueve palabras, para convertir en verdadero aforismo según las indicaciones del sabio Geiso tras la revolución de las palabras, que acompañasen a modo de anuncio su inexistente corporeidad aparente. Fantasma o cola de pavo real.

De madrugada, al salir del club, cogía su coche y conectaba los cuatro altavoces de repetición con sus 150 W de potencia por canal, haciendo vibrar las ventanas del quiosco de la calle Adelantado. Siempre se ganaba unos insultos del vendedor de cupones que sentía más que nadie los 150 W por canal del equipo estéreo con cargador para 20 cd´s. Marcos sonreía por la ventana girando la cabeza y levantando las dos manos al pasar entre el quiosco de Julián Torralba y el vendedor de cupones, que por ser ciego no tenía nombre. El segundo altavoz delantero vibraba molestamente y comprobó que un pequeño tornillo se había aflojado al poner tan alta la nueva canción del famoso cantante de sombrero raido y colgante de oro a juego con la dentadura de la chica que baila en su video-clip. Marcos sujetaba el altavoz para comprobar el ajuste necesario mientras pasaba ante los vendedores de rosas filipinos que hacían el turno de madrugada, los mismos tal vez que habían puesto la pegatina en doce idiomas- no desmontar, made in taiwán- en el interior del altavoz que Marcos intentaba ajustar. Mientras en la otra acera Julián Torralba recogía los periódicos de la entrega de la mañana y abría la persiana del quiosco
para comprobar, extrañado, un sobre grande y pesado con una franja de color púrpura y con una calavera en el remite depositado justo en el mostrador a través de la pequeña rendija para comprar tabaco que la persiana ofrecía a los más empedernidos fumadores.

Julián que llevaba tres años fuera de su país, Colombia. Huía desde hacía cinco, de los antiguos compañeros de guerrilla a los que había traicionado por un pasaje turista hacia Europa y dos kilos de bolas de coca en el estómago que le habían dado los paramilitares. Había comprado papeles de arraigo en el país a un abogado de inmigración que se llevó casi todos los ahorros de su vida, y con la venta de las bolas de coca había gestionado el traspaso del quiosco que le ayudaba a dejar la antigua vida y pasar desapercibido, ya que, lo buscaban no sólo los ex compañeros de la guerrilla, sino también los paramilitares que aún esperaban su parte del negocio de estupefacientes.
Ninguno de sus acreedores sabía donde vivía, a que se dedicaba, que papel usaba cuando se sentaba en el retrete, tal vez él mismo no lo sabía, como tampoco sabía lo terrible que era la aflicción de Txosu, el hermano de Txema, al que Julián Torralba había vendido una de las bolas causándole la muerte por la pureza del material entregado.
Éste último era quien había confeccionado el artilugio explosivo, terrible afición decíamos, muy reactivo a los sonidos de onda amplia y vibratorios, ideado para explosionar en una reunión de pan criollo, cerveza y aguardiente, música bachata de viernes noche -modelo Bosé de pié fijo, 115Mhz-. Justo la misma frecuencia que destrozaba los oídos de
Marcos sin que éste hiciera nada para evitarlo, más aún, lo alentara y disfrutara desde su portentoso equipo de música del automóvil, mientras el quiosquero levantaba la persiana y el vendedor de cupones añadía oídos sordos a su ceguera.
Fue ese mismo sonido destroza tímpanos- elevador del ego, este coche es mío- el que hizo que otra mecánica – elevadora del ego, semilla del odio, chupaos esa- mandase el cuerpo de Julián Torralba sobre, dentro y debajo del coche de Marcos mientras una de las chapas de aluminio del quiosco venía a decapitar al vendedor de cupones ciego, sin nombre por discriminación hacía los disminuidos visuales, sin dejarle insultar como cada sábado de madrugada a ese niñato punki con gafas de sol que siempre saluda levantando las manos desde su coche último modelo con equipo estéreo extraíble con cargador de 20 cd´s, -aunque esto no ha llegado a verlo, claro, pues es ciego- de una forma limpia y certera.
Degollado justo cuando se disponía a soltar, modulando el aire, por esa misma garganta. Marcos intentaba abrir los ojos mientras la sangre le impedía ver con claridad. Afinando la vista pudo observar con el tornillo derecho del altavoz que intentaba sujetar a la puerta solo necesitaba media vuelta más para encajar perfectamente en la moldura así que intentó con un movimiento delicado de su uña dejar el altavoz en perfecto estado, aunque no lo conseguía, todavía no veía bien pero el muñón que era su mano no tenía ya uñas, ni dedos ni piel. Marcos se desplomó. Abrió los ojos por un segundo y leyó en doce idiomas: no desmontar. Alguien le sostuvo la cabeza. -Él dijo: cabrón.- Estaba en el mejor momento de su vida.

Investigadores.
Sonaba bien. Dentro de lo terrible que sonaba a sus oídos la lengua obligada, sonaba aceptablemente bien. No tenía ningún sonido foráneo en sus cuerdas vocales y eso empezaba a estar dentro de la normalidad aceptable para él porque la fabricación de algunos de estos sonidos le ocasionaban una salivación extra que acababa siempre goteando fuera de sus labios implantados.
Ambos recogían muestras de los cuerpos y las analizaban con extrema rapidez. Tipos de explosivos, sustancias, pólvora en los tejidos, papel de periódico en un esófago. Podían encontrar cualquier cosa, así, que tenían que cambiar de estrategia.
Enroque- dijo Harry- eso es lo que haremos. Que trabajen para nosotros. Recuerda: hemos venido de vacaciones.

Harry reagrupaba cadáveres en la mesa de aluminio mientras Hunk saboreaba un auténtico café capuchino junto al armario-congelador. El hospital de Sant Pau disponía de una sala de disección decorada al estilo modernista y aunque solo tenían que amontonar carne y sacar pedacitos de metales, pidieron usar esta apartada sala “per la seva tranquil•litzadora discreció”. Llevaban dos días en la ciudad Condal – como la llamaban los autóctonos- y una de las cosas que más les sorprendía era la riqueza gastronómica de cada rincón que habían visitado. Por saber ambos el idioma local fueron seleccionados como voluntarios internacionales por el departamento de defensa para un plan de investigación de terrorismo. Desde la guerra había mucho movimiento por la zona y el gabinete de seguridad prefería tenerlos activos en el extranjero, de forma que los estudios de medicina y psiquiatría junto con el dominio de la lengua les convirtió en candidatos perfectos.
Por fin podrían tomarse unas vacaciones, las sesiones de tortura en Guantánamo les estaban causando stress.

-Ves? - dijo Harry- aquí todo es diferente. Saborea un auténtico café. No te lo creerás -continuó mientras miraba el humo que salía de la taza- pero me han contado que eso que sostienes ahora se rió en el último momento, justo cuando le sujetaban la cabeza al tronco y apartaban sus piernas ardiendo. Se rió. También dicen que el decapitado llegó a hablar con increíble nitidez llamando cabrón a quien sujetaba su cráneo..
-Hasta ahora - dijo Hunk sorbiendo la espuma de leche del capuchino - hemos encontrado incrustadas treinta y dos piezas de un equipo de sonido con carga externa de cd, yo diría que para 20 cd´s, en los cuerpos de los dos asiáticos y un taiwanés. ¿Crees que podremos recomponer el aparato?
-¿De cd? No creo- contestó Larry- esos aparatos se fabrican en Taiwán, son baratos y no desmontables, llevan una pegatina que dice siempre en doce idiomas: no desmontar. No se podría sacar mucho sonido y es más, apostaría que algunos de los equipos que llegan aquí los traen los propios inmigrantes ilegales y no hay garantía. Los roban en la propia fábrica y parten en un carguero. Aún así, habrá al menos tres versiones posteriores.-Si- dice Hunk- la industria tecnológica se renueva constantemente.


Lluvia.
Tres días seguidos lloviendo, aunque aquí dicen plovisquetja. Mis pasos me ha conducido en círculos, vuelvo a pasar por esta calle que vuelve a perecerme estéticamente preciosa. Tal vez los dibujos y filigranas de algunas fachadas o el aire que se cuela por mi pantalón mientras contemplo fotográficamente esas casas con hiedra, azotando su desgastada fachada. Tal vez me siento encantado y mis flores no florecen.

Alguien vive en la esquina de la calle Clot. Realmente los edificios acaban en forma trapezoidal, y más por esta parte de la ciudad. Una vez, en el servicio de lavandería para extranjeros me contaron que la forma de estos edificios obedece a las reformas de Gangis, antes de la revolución de las palabras, y el porqué de esa utilización se desconoce, aunque debiera existir… Alguien vive en la esquina de la calle Clot, un hombre de pelo largo. Este iluminado ha extendido una estructura desde dos de los lados del trapecio y antes de darte cuenta aparece la esquina, que él mismo ha construido. Lleva allí, desde que me trasladé a esta zona, fuera del alcance de las cámaras de seguridad, y puede ser que desde mucho antes. Puede ser que esté desde el principio, lo cual no debería sorprenderme, como muchas cosas de esta ciudad que, sin embargo, me sorprenden.
Este individuo a triangulado un cuadrado y lo ha convertido en vivienda. No hace nada más y no es poco, pues su presencia para los transeúntes viene a ser toda una montaña rusa para sus precavidas conciencias e incluso puede convertirse en registro de una vida particular, que vendría a ser mucho más de lo que otros esperan.

Así, mojado y vacío, el parque obedece a cierto orden dentro de este caos que hasta ahora se ha convertido mi ejercicio. El sonido de las gotas retenidas por los árboles endulzan mi pensamiento que, amargo como la hiel, me obliga a buscar culpables de mi nacimiento, circunstancias de atenúen mi fracaso y argumentos que convenzan al lector a tener compasión por el que sueña con valentías que pudieran parecer locuras si no las arrastrara el tiempo. De vuelta, con el pelo mojado por esta lluvia que empapa la soledad y la hace más abultada, se me hace indispensable pensar, fantasear sobre mis delirios de grandeza y otras vidas dedicadas a la planificación terrorista. No me preguntes porqué, pero en esos momentos siento la increíble descarga adrenalínica que supondría poder vengarme de la sociedad por las injusticias, que en mi vanagloria pienso, se han cometido contra mí. Veo sobretodo aviones explotando y trenes en llamas, cargados de inocentes y de gente que sin saberlo personifican responsabilidades anónimas de todo el entramado que supone mi vida. La cosa es no elegir, no responsabilizarme. No crecer. En un cruce cualquiera morirían todos los relacionados con un determinado evento X sin que los implicados pudieran conocerse ni saber que estaban relacionados. En el avión morirían niños, adolescentes y gentes de todas las edades y a diez mil metros de altitud poco quedaría de ellos. Al pensar en esta convulsión histórica e histérica que supondría el ajuste de cuentas con el mundo. Por un instante siento como cae la lluvia sobre mi parpado derecho que hasta este momento solo se mojaba de forma descriptiva. Y parece desvanecerse la sensación de desesperanza, me acomodo en esta descripción de mí mismo victimizando mis errores, menospreciando mis logros. Al salir del parque y encaminar mis pies hacia mi apartamento de renta limitada, justo al encontrar la calle Adelantado, sentí la explosión. La sentí y mi cuerpo se estremeció. Caí al suelo.

La televisión miente. Nunca en una explosión ves salir los trozos de metralla o las partículas despedidas hacia los laterales de la pantalla, tampoco te da tiempo a ver qué ha pasado, tan solo percibes una sacudida un olor a carne chamuscada y gasolina, un miedo protector agarrado en cada célula para sobrevivir- aunque en ese momento no eres capaz de pensar siquiera en supervivencia, solo la ejecutas- justo entonces, aunque de algún modo sabes con seguridad que ha pasado, tiendes a preguntarte, a racionalizarlo, a explicarlo al propio hilo narrativo de cotidianidades que supone la propia conciencia. Me sangraba el oído izquierdo y tenía entumecido un hombro por el golpe al caer al suelo. Al levantar la vista vi el horror: un coche en llamas, cuerpos destrozados en un batido de carne y humo, miles de periódicos en el aire que anuncian
el final de la guerra lejana y la parte delantera de un cargador de 20 cd´s todavía humeante. Recuerdas las palabras que te dan los buenos dias: Democracia, on? Terrorista, qui? mientras al sacar a un hombre en llamas y ver como se le descuelga la cabeza dice: cabrón.

Había Desaparecido


Me deslicé a través del límite, me acerqué sinuoso a la frontera y me deslicé dentro. Me supuse invisible, mientras habitaba la frontera, y una vez traspasada me sentí ilegalmente a salvo: sólo podía ser descubierto desde dentro. Registraba su vacío como lo hubiera hecho cuando de verdad estaba preparado para descubrir cosas, hace muchos años, apenas nacido, antes de la desestructuración obligatoria.

Hice un terrible descubrimiento. Un nombre había aparecido en el vacío invadiéndolo todo. Me aseguré, me palpé los ojos y olfateé, aunque claro, dentro de un espacio inventado, como todos los chicos de menos de diez años saben, no es posible husmear, ni palparse, (a menos que uno pueda re-estructurarse a cada minuto), sin embargo la costumbre del servicio de animal de compañía, me llevaba a olfatear constantemente.
Así descubrí el nombre, primero en el borde del ventanal al interior que todavía conservaba el vacío, luego en el suelo, en todas o la mayoría de las intersecciones del terreno enlosado. Su nombre, ahora podía estar seguro, estaba escrito, inscrito, serigrafiado, pintado, rayado, grabado en todos los sitios de este espacio, incluso en el banco de mobiliario urbano que había sido el único mueble del hogar de este, ahora, Dionisos destronado. Me resultó, a pesar de la certeza de la propiedad de ese nombre, disonante con la imagen que establecían estas evidencias. Ver pintado este nombre con su imposible cotidianeidad me resultaba en exceso aversivo, y empecé a presuponer porqué habían invadido ese estado emocional independiente, como había sido aniquilado y eliminado. Era una clara iteración, peligroso fractal, que pudiera no haberse despertado nunca.
Ahora su nombre era el único rastro que quedaba, era su memoria, su auténtica memoria, su identidad allí depositada, dentro de un vacio vallado, con un nombre tatuado en cada punto cardinal: Juan de Pérez de Santos, Juan de Pérez Santos, Juan Pérez de Santos de Ánimas… así hasta la infinidad de intersecciones que un espacio inventado de clase 3 puede dar. Una auténtica locura.
Salí de mi suposición y seguí mi camino, agradecido de estar en una zona fuera del alcance de la video vigilancia, cuando volví a traspasar los confines de la invención espacial para aterrizar en el duro suelo de la calle.

Ahora esta triangulación carecía de sentido propio, era una apuesta contra el tiempo: y ya se sabe, el tiempo siempre gana. Me entretenía en ver cuánto tardarían los transeúntes en eliminar el rodeo que realizaban para evitar esta esquina inventada y mantener a salvo sus conciencias. No atosigar la simulada calma con pesadillas de posibilidades imaginadas en cada sueño. Su nombre, ahora de tan repetido, carente de importancia, estaba pintado alrededor del edificio, rodeando cada una de las esquinas
inexistentes de forma imperceptible. Apenas tallado en el granito triturado, escribía un salmo ahora visible a mi vista tras haber estado en el vacío, produciendo la necesidad de deshacerme de mis pertenencias, de mis ropas, de mi máscara anti-SARS. Respiré, mantuve la respiración y registré mis constantes vitales hasta donde pude registrar. Estaba hiperventilado. Me senté, dejé a mi peso hacer su fuerza. Volví a la realidad.

El control visión flotaba automáticamente describiendo una trayectoria oscilante. Deambulaba hacía el refugio, dentro de la ciudad y sus gracias. Hacía algún tiempo había atravesado el desierto y sobrevivido a la frontera. El descarne y la mutación había sido lo más duro. Superar la limitación de la memoria corporal para atravesar al otro lado, a todos los lados, le había dejado marcado como a cualquiera y a veces el hecho de carecer de identidad egóica le llevaba a conectar estímulos de forma libre y aleatoria. Estaba en otra ciudad. Conectado a otras realidades. Los símbolos, las palabras, las caras del pasado casi no significaban nada. Exceptuando unos pocos recuerdos rescatados en la rápida huída hacía la vida, todo era nuevo. No había cubierto una tercera parte de la superficie explorable, y lo sabía. Bajaba por el segundo nivel del metro, sobrevolando la escalera automática cuando el control visión recuperó el interés.

Una familia de gitanos vestidos de negro paseaba por el andén. Ese estímulo bastó para disparar el acelerador de narrativas, para alterar la subrutina de vuelta al refugio, para no ser otra cosa que aquello que habían intentado extirpar de cada una de sus circunvalaciones: un explorador. Durante un milisegundo se alegró de haber contratado un seguro neuronal. Un neurosegundo da para mucho, solía decir. A la milésima siguiente estaba dándolo de baja desde algún pliegue de su neuro-mundo: el explorador había tomado control-visión.

El extraño grupo- ya extraño de por sí para la sagrada familia, justo sobre nuestras cabezas trasmitiendo su gong del vespre entre las cercanías atómicas- se cerraba entrono una niña menor de dos años que irradiaba color desde dentro de la oscura vestimenta que le rodeaba. Miraba desde unos ojos situados a 48 centímetros de altura. Llevaba pantalones ibicencos en tonos rosados que hacían juego con un top blanco que resaltaba su moreno y su gracia. Detrás de ella un hombre alto, vestido en chándal de llamativos colores la cogió con la una mano y la abrazó junto a su cabeza. La niña dio un beso a su padre, abrazando su cabeza y pidió mediante gestos que la dejara en el suelo. Allí se encaminó a encabezar la comitiva de tías, abuela, sobrinos y abuelo, decidiendo donde esperar el siguiente tren. Ella mandaba y era nueva, con otras leyes, otras normas incapaces de matar la vida.

El narrador sentado sobre su mando de visión parecía sopesar la causalidad del encuentro, sin embargo estaba recordando, porque nada de lo que ocurre se olvida. Había otra familia de gitanos, había otra vida. Recordaba solo partes, ecos que anticipan una historia completa.

viernes, 30 de octubre de 2009

Entonces? Obra en única escena

Aparece en escena una mujer, vestida con falda y chaqueta, un poco desaliñada. Andares oscilantes y nerviosos. Viene con un cigarrillo en la mano.

- Un cigarrillo! Un cigarrillo! Uno por hora! Si! Ahora son las cuatro! Un cigarrillo, verdad enfermera? Me dará usted un cigarrillo cuando sean las cinco? Verdad?

La enfermera, que lleva a un paciente a los aseos, le dá fuego, sin contestarle y sigue su camino-

- Sé que fumo demasiado, pero son los nervios… yo antes casi no fumaba pero ahora, .. hay! Ahora, fumo mucho (se mira las quemaduras en los dedos indice y anular) .. pero es por las pastillas que me ponen nerviosa porque no me acuerdo de nada…

Antes salía por las tardes y las mañanas pero yo ya no me acuerdo de lo que pasa! Antes solía ir al tibidabo, las ramblas, la plaza de espanya! Ahora no me dejan! Dicen que no puedo salir sola!…. –haciendo un gesto de perdida en la memoria- … eso me decían antes! …Y es que yo, era muy guapa! Es que usted no lo sabe? No se lo han contando?… -fumando compulsivamente- Yo era actriz! Y tampoco podía ir sola…

Un auxiliar acompaña a un interno, venciendo las resistencias de éste mediante preguntas automáticas

- Venga vamos, ponte recto, pero anda un poco!

- No! No viene mi hermano!

- ¿qué dia es hoy?

- Miercoles!

- ¿Cuándo viene tu hermano?

- Lunes!

- Cuantos dias faltan?

- Miercoles, jueves, viernes, sabado y domingo… 5!

- Venga vamos…. Pierdes aceite?

- NOOOOOOOOO!

- ¿Verdad señor? (interpelando al enfermero) qué yo era actriz! Verdad? Dígaselo usted!- el auxiliar sigue su camino- no se lo creen? Pues vaya! (el cigarrillo se ha acabado, pero encuentra medio en el cenicero…. Lo coje y lo enciende con la yesca del que deja)…

Yo empecé en el bodevil, haciendo canciones con piano y claquet. Si! Y la gente me veia y yo entonces era muy hermosa… todos querian lo mismo (mirando de reojo y con un toque de orgullo).. pero yo no se lo dí. Yo era una chica decente! Que si!

Continúa andando, dando vueltas, mirando en los ceniceros, cojiendo colillas y guardándolas en los bolsillos.

- Son las cinco ya? No? Que hora es? A las cinco otro cigarrillo, verdad? Me das un cigarrillo? (preguntando a otro deambulante) Oye! Que te estoy hablando! Me das un cigarrillo? Si yo soy tu amiga! Si soy buena! No? No? Bribón! Mala persona!

Coje una colilla de su bolsillo y la alisa, coje otra colilla un poco más pequeña y se la da al deambulante, que le dá fuego despues de mirar alrededor que no lo vea nadie. Tras esto sigue su camino.

- Por donde iba? Ah! Si! Yo era actriz. Y el público, vosotros, me adorabais. No lo recuerdan? Tambien se les olvidan las cosas? A mi me pasa… no recuerdo que hora es pero recuerdo mi infancia… uno dos, tres…. (se pone a bailar).

Ahora no recuerdo bien donde actué. Lo recuerdas tu? (preguntando al deambulante, que se ha marchado) donde estas? Se fue!

Yo le gusto. Sabeis? El no habla mucho pero yo le gusto. De vez en cuando le doy un cigarrillo, él no tiene, pobre! Podría ser mi novio, aquí todo el mundo tiene a alguien… pero yo no. Yo soy una actriz! Me debo a mi público!

Se dá media vuelta, divaga de espaldas sobre pases de baile…

- Yo era bailarina de pruebas! (lo dice re-descubriendo un recuerdo, tocandose las sienes y buscando en su propia mirada). Yo bailaba para las grandes, imitaba sus movimientos (se mueve por el escenario a lo Pina Bauch) para los encargados de luces, para que cuando ellas bailaran la noche del estreno, todo saliera correcto. ¡Si no fuera por mí! ¡Cuantas grandes bailarinas se hubieran quedado en la oscuridad! En esta oscuridad que asfixia y hace perder el alma… esta oscuridad que me rodea, que tanto he perseguido con mis danzas y canciones! Persiguiéndola con mis cañones de luz! Esta oscuridad enamorada de mi belleza, de mi gesto! por eso me persigue la locura! Enamorada de mi! ¡Tanto iluminar el escenario para otras! ¡me he guardado toda la oscuridad que había en los escenarios! Y la oscuridad que no me guardé se enamoró de mí! Como los demás! Si! Es por eso! Por eso no recuerdo nada! Por eso estoy aquí! Ah! Ah! (poniendose más nerviosa)

Que puedo hacer? Como escapar de la oscuridad?

¿Tengo razón? ¿Verdad que tengo razón? A que si! ¿verdad? (el Auxiliar le hace un indicativo de no levantar la voz, ella imita el gesto y sonrie. Se acerca a él y sigilosamente le pregunta):

Tienes un cigarrillo? Venga! Dame un cigarrillo! Solo me dan uno cada hora!

El auxiliar mira alrededor y saca un cigarrillo, se lo da con un giño. Ella lo abraza y le da un beso. El auxiliar enciende el cigarrillo. Cuando este se ha ido, ella saca una colilla y la enciende, apagando y guardando el cigarrillo entero.

Se acerca, vociferando, otra mujer.

- Malditos, bribones, gansters! Que sois unos gansters! Hablando mal de mi! Se creen que no les oigo! ¡Yo no hago mal a nadie! Yo soy buena! La mala era mi hermana que me intentó violar! Malvados, bribones! Yo soy una dama!

- Te pasa algo?

- Noooooo! Tu tambien hablas mal de mi!

- YO? Vida dios! Si yo soy buena! Yo solo estaba fumando aquí!

- Fumando? -con interés-.

- Si…quieres? -ofreciéndole el cigarrillo a medias-.

La otra mujer lo coje. Mira con desconfianza.

- Que sepas que no te debo nada… ellos hablan mal de mí.

- Mujer tranquila… ¿qué hora es?

- Las seis menos diez.

- Las seis! Las seis!

- Si, menos diez!

- Enfermera son las seis!… o asi. –Saliendo- ¿Me da el cigarrillo de las seis? Son las seis! Son las seis!

- Y a mi? –gritando a la enfermera- Me dará a mí? … Yo? Si que me queda! Pero, me dará a mi? … vale, vale, vale… pero porque me grita? ¿Por qué si yo soy una buena persona? –con lágrimas de cocodrilo-.

Entra mientras la segunda mujer marcha diciendo:

- Hablan mal de mi! Todos hablan mal de mí. Yo no hago nada malo! Tenian que pegarles a todos! – gimiendo-,

Entra fumando y sonriendo.

- El cigarrillo de las seis! El cigarrillo de las seis! Recuerdo cuando vendía cigarrillos entre actos! Yo era una niña! Bueno, una moza! Una muchachita muy bonita! Si! Yo iba entre las mesas y ofrecia cerillas, cigarrillos sueltos, puros… algunos me decian galanterias otros no. Yo siempre supe mantenerlos a raya! No te creas! hubo muchos que me hicieron proposiones… pero todos querían lo mismo! (hace un gesto de complicidad al publico)…

Entra un interno. Con andares pélvicos. Sonrie. Busca en los ceniceros. Se acerca a ella. Se mantiene detrás de ella, al lado, mirando sobretodo el cigarro. Ella lo mira y sonrie…parece apurar más el cigarro. Él hace gestos de impaciencia… ella hace ademán de dejar el cigarro, le dá una calada más…

- ¿Quieres…? –ofreciéndole el resto del pitillo. Él lo coje y sonríe.

- Graaacias. –fuma- ¿te hago una pajilla?

- Queeeeeeeeeeeé? Noooooooooooooo. ¡como me vas a hacer eso!

- Si! Te hago una pajilla! – acercándose y acosándola infantilmente.

- No! No!… -se deja un poco- No señor! Usted! Una persona tan importante! Señor! – el ya se apartó buscando más colillas. El la mira. Le sonríe.

- ¿te hago una pajilla?

- Vete de aquí! – persiguiéndolo- vete de aquí!- se detiene. Pasea.

Yo le gusto, saben? Podríamos ser novios… aquí todo el mundo tiene a alguien en ciertos momentos. Pero yo… yo era actriz! Me debía a mis admiradores!

Una vez hice cine. Ya había salido en muchas peliculas de extra. No se crean! Y yo le gustaba a Totó. Me eligió para una escena, con una frase corta, pero muy importante en la escena… me dijo que me marchara con él, que no había futuro para mi! Pero yo sabía lo que quería, lo que quieren todos! Y yo soy muy muy decente!

Rebusca en los bolsillos de su chaqueton, encuentra medio pitillo.

- Ahá! Sabía que algo debía quedar! – lo enciende, mirando primero que nadie le vea en posesión de un encendedor-. Yo salía a escena entre todos los demás. Casi no se podían fijar en mí… sin embargo me habían visto, porque yo era muy bonita, de verdad, era guapa y se fijaban en mí. Así me ofrecieron una escena en una pelicula de producción franco-italo- española: Chisqui bam bam, así se llamaba. Era una frase, pero una frase importante. En la escena todo ocurria de la siguiente forma:

- La cámara entra en una habitación dulcemente decorada, donde unas cortinas siguen el ritmo de un pequeño piano. La cortina se mueve y se entrevé (en plano medio) a Totó tocando ese mismo piano, con una melodia infantil y juguetona como las cortinas agitadas por el aíre…

La cámara gira y junto al espejo, donde se refleja Totó, esta la chica (Yo.-dice con ilusión) plano completo hasta primer plano, que adelanta dos pasos y girando hacía la ventana donde Totó deja por un instante de tocar el piano y dice (digo):

- Entonces?

- Fundido en negro y titulos.

-Eso fue todo, ya está. Esa fue mi escena. Era el comienzo de la pelicula. ¿Verdad que era bonita? ¿verdad? – dirigiendose a la enfermera- verdad?

-Si, era preciosa – acariciándole la cara- y tu eras la más bonita. Te has fumado ya los cigarrillos?

-Si , pero sólo me dán uno cada hora! Yo antes fumaba lo que quería!

- Mi dulce, sabes que estás enferma, que tienes un efistema pulmonar y no deberías fumar nada…

- Si no fumara nada me volvería loca!

- Bueno, ya te has fumado el de las seis, -acariciando la de nuevo- así que ahora os pongo el rosario y despues a cenar y la medicación. Si te portas bien veremos si despues de la cena te puedo dar otro cigarrillo, vale? Pero por favor no cojas colillas, que es malisimo para tus pulmones.

- Claro, yo soy una chica buena. Yo no cojo basura! Son los demás!

Suena el Rosario en el radiocassette, la enfermera sale. Ella queda mirando el infinito y rezando en voz baja. Se va moviendo por la sala y cojiendo una colilla encendida mientras continúa cantando el rosario.


Fundido en Negro.

martes, 6 de octubre de 2009

Expiacion


-Carmen, hija. Que te has cargado el teléfono.
-No pasa nada-
-Yo te entiendo perfectamente lo que has hecho mira yo, sin pensar casi me tiro por el balcón-.
-Lo que tú has hecho lo entiende cualquiera, algunas cosas se hacen así, sin pensar.
-Si.-

Mujeres al borde de un ataque de nervios.


Ramón llevaba dos días en casa de sus padres sin ningún plan inmediato y eso le estaba haciendo tambalear. Podía golpear a alguien en cualquier momento, de hecho, acababa de golpear a su hermano, sin querer, por puro automatismo defensivo y sabía que se arrepentiría toda la vida. El hecho de estar permanentemente en casa le tenía descontrolado, al borde de un ataque de furia, como un animal que tras una edad determinada se le hace imposible la permanencia en el cubil paterno, le era inexorable buscar el propio espacio para su propio olor y las propias reglas, aunque al final fueran las mismas; aunque eso fuera empezar la casa por el tejado, estaba en esa época en la cual la reflexión llega siempre después de la necesidad.
Había terminado la carrera. Ya era un señor licenciado. ¿Y ahora? Pasar a engrosar las listas de preparadores de oposiciones o encontrar un trabajo en su ámbito profesional le era del todo imposible, inaceptable. Y sus padres se encontraban sin consejos que dar y en él la sensación de
Soledad se hacía cada vez más aniquiladora. ¿qué debía hacer? ¿Cuál era el siguiente paso? Podía seguir estudiando -excusa para no estar en casa.. Desde que recordaba los días de escuela, el resumen de cada año académico era más o menos eso, un compendio de nuevas normas, nuevas reglas y nuevas leyes, fueran estas éticas, físicas o históricas… si bien recordaba con cierta facilidad o sin complicaciones, nunca se entusiasmó.

En la escuela donde realizó su formación primaria citaban a los padres los días previos a un campamento escolar de verano, así podían tener la oportunidad de ayudar un poco con la carga mientras esperaban turno para hablar con la tutora de su infante. La profesora los llamaba primero a los alumnos, uno a uno, y tras explicarles someramente notas y críticas– cosa que casi siempre sabían de antemano- les hacía buscar a sus padres y hacerlos entrar. En su caso su querida y odiada tutora ex - monja y progresista – setentera - bollo - quizás, elogiaba su comportamiento y terminaba con la frase fatídica: podía hacer más.

- No tiene ningún bloqueo en ninguna materia y es comunicativo, se nota que se distrae, está claro que si quisiera se podría esforzar más. Definitivamente puede hacer más.

Su sentencia era clara. Pese a poder ser uno de los mejores, no lo era porque no se esforzaba, no lo daba todo. Era un fiasco. Seguro que vivía estos momentos con el dramatismo de los 11 años, pero la cuestión es que eso dejaba a sus padres ante la disyuntiva de recompensarle o no. Sólo si lo haces bien…-decía la voz de su padre- pero, y ahí la pregunta- ¿lo había hecho bien?

Esa misma pregunta le corrompía por dentro cuando se asomó a la calle, contemplando el atardecer de esos días del verano, casi mediados de julio, en los que mágicamente la luz se inclina hasta adentrarse, en una de esas urbanizaciones de chalets y bungalós con calles de nombres temáticos, ríos, mares o descubridores del nuevo mundo; donde la localización postal es el único referente al estado emocional deseado- número único segunda puerta del mar Tireno, sector de los mares perdidos- de los diez mil habitantes temporales, sus suegras, hijos con bañador mojado, hirviendo la carne con sus rozaduras todo el día, flotadores y barbacoas, periquitos y jardineras… Esa luz, como decía, iluminándolo todo en naranja parecía detener el momento y sorprendentemente se hacía un silencio, tanto en la calle como en el interior de las personas, apenas durante un instante no se oía nada. Había un silencio espectral. Gracias a Pingo, el perrito mala uva de la vecina asturiana, que rompía el encanto del atardecer de cemento, sabía Ramón que no estaba entrando en una sordera iluminativa de paz interior. Tan sólo había tomado la decisión: se iba de casa.


Hola Pepa! ¿te animas? Venga, entra y ponte una mascarilla. Si son de prueba! Que es gratis!
-No ahora no. Lo que yo necesito son Morfidales.
-¿Traes la receta?
-Te la trigo mañana o pasado. Chica que si no tomo algo no pego ojo.
Si, vuelve a ser Almodóvar…


Yina

Te levantas con la cabeza embotada. Dando tumbos abres la puerta que rezuma humedad. El pasillo es frío y el cuarto de baño huele mal. Orinas temblando. Evitas mirarte al espejo al salir y cierras la puerta para evitar olores. En la cocina se huelen voces y suena el café, en la cafetera. Normalmente de un portazo abrirías la puerta y pedirías tostadas, dando un giro al sentarte. Hoy, sin embargo, algo te detiene. Un silencio. Un segundo. Das media vuelta y regresas fría a la cama tibia, tapándote con miedo detrás de la cabeza. En el cojín clavas las uñas hasta que sientes el dolor helado del terror en tus entrañas. Lloras. Vuelves a dormir. No sientes fuerzas para enfrentarte a la luz del sol, a la verdad desnuda, al suplicio de mirar directamente a los ojos. Bajo la colcha, tras el calor tibio de la noche y con los pies fríos, los recuerdos despiertan como no quiere despertar tu conciencia. El dolor punzante en la nuca y los oídos te implora silencio y tu cuerpo parece enterrar, postergando las ansias de revolución, la sensación de fusión nuclear en el estómago. Las sábanas parecen sedientas de más sueños morfinómanos, y el sopor frio de la mañana da paso al juicio vespertino de las sombras y las luces, que la persiana, desobediente, ha dejado pasar y ahora esconden en los perfiles de cada mueble, cada alfombra de la habitación, susurrando ecos que tus oídos no quieren oír.

-Yina? Yina? (bajo) ¿estas ahí? Creo que no está, Ramón, ¿sabes si se fue a primera hora?
-¿A clase? ¿A primera hora? Santo Dios. Deja una nota en su puerta.
- Estoy en ello. A ver: “Yina, la niña ha ido a una entrevista de trabajo, Ramón viene a las 2 y media. Si no puedes preparar la comida, avisa”.
-¿y para que me lo lees en voz alta?
-Para que te ahorres corregir mi nota.
-Yo?
-No finjas.
-Vaaale. Bueno vienes para el café o té?
-Supuestísimo. Hoy hay salsa, no?
-Sospero.


La Niña.

Yo no soy esa que tú te imaginas, una señorita serena y tranquila… Mari Trini re-sonaba en su cabeza, como si fuera un tocadiscos, una y otra vez, una y otra vez. Ese párrafo había sido su primera frase de la mañana, justo antes de beber la mitad del vaso de agua de aloe que empezó la noche anterior, antes de pedir a los ángeles de los sueños que le hablaran de ella misma. Al levantar, había practicado su mudra durante veinte minutos en dirección al sol y cuando se había sentido en plena armonía había partido, tras regar las plantas y cantarles una canción de buenos días, a la entrevista de trabajo que su madre le había conseguido.
En una salita de espera llena de cajas de cartón, plásticos y botellas vacías meditaba sobre el futuro y el esfuerzo. En la esquina detrás de la puerta queda la silueta recortada en grasa de lo había sido en otro momento una cocina. Dos serpentines oxidados empujan una puerta contra dos cajas enormes llenas de vasos desechables. La luz del tubo fluorescente vibraba, parpadeando miles de veces por segundo y proyectando una luz irreal. De una puerta contigua que da a un despacho tamaño armario sale un hombre lleno de demasiadas buenas intenciones que la llama por su nombre -Yo- Contesta rápida. No hay nadie más…

-De doce a catorce horas al día. Dos días libres a la semana consecutivos y rotativos. 600 euros al mes. El uniforme de la cafetería te lo proporcionamos nosotros, que no diga tu madre que no te cuidamos… - Eso me dijo el muy cerdo.
-Tío que tiene mi edad. Será capullo. “Que no diga tu madre que no te cuidamos”. Maldecía mientras apuraba el vaso de agua y contaba a Ramón en la cocina. - ¡Que sed!.
-Bueno, que vas a hacer?
-Mandarlo a la mierda. - ¿a quién? Pregunta Ramón con una mueca.- Pues al encargado, a su jefe que es otro cerdo, a mi madre por querer solucionarme la vida, al tío del tiempo por no avisarme que hoy subirían las temperaturas, y como sigas metiendo cizaña, a ti, por porculero!
-Oye! Que yo no me metido con tus preferencias sexuales.
-Perdona, es que vengo quemada. Me tendré que quedar en la consulta cobrando una miseria, seguir preparando la oposición y rezar para que los astros me traigan una loto y un novio.
-Como te tengas que quedar esperando a los astros…
-¡Pero que mala eres, Ramón!
-Terminamos de preparar la comida y me ayudas a recoger la ropa. Vale?
-Clara come en el restaurante, ¿y Yina?, ¿está?
-Ni idea. La nota sigue en la puerta. O se fue tempranísimo o no se ha ido. ¿Entramos?
-Espera. Termino con esto primero- La niña respira, mira a la planta y en un ritual zen bebe el último trago del vaso de agua.

Os acercáis a la puerta sigilosos pero la baldosa chivata del pasillo os delata en la proximidad.

-(No abrís? No abráis)...- Piensa Yina.- Sueño y sopor, no quiero despertar, si despierto no sé cómo encarar esto que tengo entre manos. Me excede, me sobrepasa, mi vida por momentos tan plena, y por momentos tan cruel. Un barco galera surca mi mar y alguien ha rasgado sus velas. Aun queda éxtasis en mi cerebro para hacer poesía barata. Yo reparo punto a punto la andana mayor, pero el sol está cerca y con él los primeros vientos de la mañana. ¿Estaré lista? La luna guiña su silueta para esconderse tras el horizonte y las estrellas palpitan levemente, despidiéndose. Vuelve el olor a arena y mar. Luces estroboscópicas. Casi mediodía.

-Yina? Yina? ¿Estás bien? ¿Necesitas algo?
(Dentro) -Ummh-.
-Se puede? Marmota!
-Sí. Tenía un sueño agitado.
-Te encuentras bien? Llevas día y medio durmiendo.
-Que control! Déjame dormir.
-Mejor come con nosotros y luego te echas otra vez.
-Estoy mareada y me duele el estómago.
-¿Qué esperabas después de tres días de fiesta? Llevas aún la ropa puesta? Tía! Que olor a humanidad! Abre un poco la ventana!
-Que pesado que estas!
-Ya, como siempre. Comes con nosotros o no? Hay asado, y la niña se va a marcar un ajo de mortero que te cagas!
-Uf. Mis tripas.
-Eso es bueno, con la comida se pondrán en marcha otra vez. Oye, estas seria, pasa algo?
-Voy a ducharme.
-Gracias por contestar.
-Y a ti por meterte donde no te llaman.
-Anda dúchate a ver si el jabón se lleva la mala leche.
-A la mierda Ramón… (con todo mi cariño.. a la mierda).

Yina sale hacia la ducha.

-Hace frio, sigue haciendo frio. –Cloc-, saluda la baldosa suelta. Frio otra vez en el cuarto de baño y ríos dorados que llegan lejos mientras permanezco sentada. Agua caliente. El vapor caldea el ambiente y empaña el espejo. Mejor no mirarme a la cara, todavía. Al quitarme el jersey sobrevienen flases del jet lag festivo. Vuelvo a sentir un desequilibrio.
Poco a poco pongo en línea los sucesos, las conversaciones, los retazos de la memoria que se esconde de sí misma. Así, recordando sentada en la bañera, escuchando hipnóticamente el agua caliente caer al vacío uterino e impoluto que me recoge, empiezo a llorar, suavemente. Afloran las lágrimas y me muerdo el labio inferior para no gritar. Me sujeto el estómago, si tuviera algo dentro, y espero no tenerlo, vomitaría. Me introduzco bajo la lluvia de frio ardiente que supone esta ducha y me reclino.
Permanezco así un rato, sujetándome a mi misma bajo un calor ajeno. Siento mi carne ardiendo, tan diferente a estas noches. Ya no siento el calor del agua, solo dolor en cada gota que cae marcando mi cuerpo en rojo y carne. Siento ganas de destrozarme a mi misma por no poder destrozar el universo.
Bajo el agua, percibo cada parte de mi cuerpo. Me sentía fragmentada de tanto helor en mi pecho. Parece que este calor me devuelve sensibilidad. Noto mis manos, mis pies y mis rodillas. Poco a poco siento también mi espalda gritando de calor y mi cabeza fría. Mis uñas ablandándose y clavando la marca del tiempo en mis dedos. Mis dientes afilados y con un sabor hediondo. Me enjuago. Escupo bilis. Ya, poco a poco voy templando de nuevo mi cuerpo y me sobreviene la revelación. Mi cerebro recuerda y no estoy muerta. Lloro de nuevo y golpeo el agua. Solo consigo salpicar el suelo. He tocado fondo.

Mi cuerpo es mi dios, mi cuerpo es lo único que tengo. Cuidaré mi cuerpo como dios cuida todas las cosas…
Veo cada gota de agua precipitándose hacia el sumidero, hacia el infinito y con ella quiero que desaparezca el pasado, el dolor y las heridas, como decía mi abuela cuando me bañaba los sábados. Esta vez soy yo. Esta vez no hay nadie que lo haga por mí. Yo misma me desprenderé de la inmundicia que rodea cada poro de mi piel. Por encima de todas las cosas. Que se jodan. Ya está bien de tanto cuento.
Sales de la ducha. Con la dignidad de una superviviente a un holocausto te envuelves en el albornoz y cubres con una toalla tu corta cabellera. Miras el espejo y con la mano derecha frotas la superficie. Miras tús ojos, tu piel despide vapor y mirada refleja una conciencia de rabia y decisión. -Conmigo o sin mi- dices – pero no en mi contra.

Sales del baño. Tu habitación está todavía en penumbra. Te desvistes y desnuda pones esa canción de everythig about the girl que tanto te gusta.

I called you from the hotel phone

I haven't dialled this code before

I'm sleeping later and waking later

I'm eating less and thinking more

And how am I without you?

Am I more myself or less myself?

I feel younger, louder

Like I don't always connect

Like I don't ever connect


De un golpe subes la persiana que invita al sol a tu cama, expulsando demonios y fantasmas. Anotando deberes y cicatrices, subes el volumen para bailar jurandote fé y coherencia. Pides fuerza para sobrellevar el día .

And do you like being single?

Do you want me back?

And do I like being single?
Am I coming back?


I'll put my suitcase here for now

I'll turn the TV to the bed

But if no one calls and I don't speak all day

Do I disappear?
And look at me without you

I'm quite proud of myself

I feel reckless, clumsy

Like I'm making a mistake 
A really big mistake


And do you like being single?
Do you want me back?
Do you want me back?

And do I like being single?
Am I coming back?
Do you want me back?
And now I know
Each time I go
I don't really know What I'm thinking
And now I knowEach time I go
I don't really know What I'm thinking of...
Do you want me back?
sonaba una y otra vez la cancion mientras ella guardaba silencio.....


-Como he podido estar tan ciega! Se va a Finlandia! con Paulina Morales.
-Con Paulina? A Finlandia? Y como es que no lo has dicho antes?
Acabo darme cuenta, atando cabos…atando cabos.
-Seguro que se ha ido con otra?
El no sabe viajar solo!

-Clara-
Ella existía. Aunque el universo que le rodeaba o por el cual se había rodeado se hubiera propuesto lo contrario. Parecía que sus comentarios no eran escuchados, sus voluntades nunca eran oídas o por lo menos nunca expresadas con firmeza, reflejándose su tendencia a la invisibilidad en las cuestiones más nimias… Ella existía, es más, se había propuesto protagonizar lo que le quedaba de vida. Hasta ese justo momento había presenciado su historia como si fuera una delegada del Times ante los propios golpes, más bien, palizas- que le propinaba el devenir que unos jocosos llamaban destino. Ante cada situación apelaba al juez presente en la conciencia de grupo para exponer su versión, para narrar al menos su vida, ya que de alguna forma inconsciente era consciente de no ser su propia protagonista. Podía así, respirar a gusto, acomodarse un poco más en aquella cárcel llamada cuerpo que se hinchaba y adelgazaba dependiendo de su estado emocional. Ya bastaba. Quería ir más allá. Necesitaba ir más allá, antes de que el más allá viniera hasta ella. Quería convertir a su pareja (tantas veces el protagonista de la vida de ella) en un actor secundario de su vida y de él mismo…

Se conocían desde hacía diez años. Llevaban tres de convivencia y cuatro meses de pareja. Era su primera pareja sexual, y eso acabó jodiéndolo todo. Eso y la afición de él en joder con todos. Ella no se lo había prohibido ex profeso y desde luego podría haberlo hecho, pero ¿que sentido tenía si era él, el que debía comprometerse? Ella confiaba en él. Ya se sabe, el amor es ciego. Podrían haber sido felices para siempre, eran perfectos el uno para el otro… si dejaban pasar otros diez años o si al menos diferenciaban la vida de uno de la del otro. Diez años haciendo cada uno su vida en lugares diferentes del planeta y se volverían a re- encontrar, perfectos el uno para el otro, con mil historias para ir descubriéndose durante toda una vida. Una de esas historias de amor para contar a nietos y sobrinos. Sin embargo estuvieron decididos a no esperar a la fruta madura. Embebidos en lo imaginado del otro, empecinados en necesitar al otro. Se prometieron a los cinco meses. Se casarían al año, tendrían 5 niños que llenarían los silencios y las distancias que había entre ellos.

Pasaron buenos momentos y algunos muy difíciles. Ella sobretodo llegó a transformarse, mutar en otra persona, cada vez más parecida a él mismo.
La simbiosis parecía no tener marcha atrás y cada día estaba más convencida que sería más difícil desengancharse. En su cabeza todo estaba en su sitio. El problema era la vida y la realidad que en nada se asemejaban a lo que ella parecía tener tan explicado. Estaba tan convencida de su necesidad de seguir luchando, que había generado una telaraña de la que ni siquiera ella misma podía escapar. ¿Podía escapar? ¿Quería escapar? Después de todo todavía quería ser protagonista de sí misma. Eso no se lo podía quitar nadie.


-Padre! Madre! Padre! Familia Familia Familia!
Christopher Lambert- Greystooke. La leyenda de Tarzán.


Durante el verano había encontrado trabajo en un bebercio, o antro malamuerte, según hablaran padre o madre, cosa que no lo apartaba de la realidad que se negaba a sentir. -Nos agarramos siempre a un clavo ardiendo- decía una de sus amigas.
Tras haber recorrido los bares abiertos durante el día, y las heladerías a la tarde le dijo a su hermana tras contemplar el atardecer:
-¿Sales a algún lado? -
-No. ¿Por qué? – Vente al cruce un rato y luego vas con tus amigos, me acompañaras a los bares a ver si encuentro curro.
-¿También para mi?- ya veremos,- puntualizó, - Tú eres menor.
Al llegar a la zona de bares preguntó a la cabeza de un tipo calvo y con cara de cabrón-esperando-dinero, que asomaba por una ventana de un local si sabía de alguien que pudiera necesitar gente para trabajar en algún bar. Del ¿tienes experiencia? ¿sabes poner copas? Al, -Trabajas todos los días, libras los lunes, 100 al mes; pasaron aproximadamente seis horas poniendo bebidas con hielo derretido, vino con refresco y cuba-litros a un maremágnum de gente luciendo moreno o gamba pasada y modelo que te cagas, empapados en sudores varios. La chica que dio su visto bueno para
que le dieran el trabajo era, porque ocultarlo, vulgar, o más bien basta, con una bestialidad que solo resumía ella misma cuando decía sus dos refranes favoritos: - A mi no me van a caer los anillos– y seguidamente desmontaba cuatro placas de escayola- y “con paciencia y salivica se la metía un elefante a una hormiguica.- cosa que impedía verla, a pesar de sus ademanes y atrevimientos en el vestuario o atrezzo, como una mujer elegante y femenina… en fin como una mujer. Hablaba de cualquier cosa y casi nada tenía importancia, su -compañera de trabajo durante los siguientes cuatro años- nueva amiga era, como no, peluquera. De esas personas que en cualquier conversación, sea de lo que sea, siempre le ha pasado algo similar. Una muerte, una operación, un accidente, un embarazo… siempre tenía un comentario que intentaba acercarla a los demás, al mundo que el interlocutor hablara; fuera mientras ponía copas, abriera un barril de cerveza con los dientes o el presentador del telediario presentara el resumen de la reunión de la O.N.U… ella siempre tenía un comentario que la centraban en el lugar de la escena, fuera en el entierro, en la plataforma de la discoteca o en Kósovo junto a Pérez Reverte narrando para TVE los últimos movimientos de los cascos azules. Acababa chafando cualquier protagonismo ajeno al suyo y llegaron a darse momentos de bochorno ajeno, momentos en los que por comodidad o falta de ética le llevaba pensar frases del tipo -¿Cómo puedo seguir hablando a la perra esta? Soy lo peor- Cariiiiñññño pon dos tapones de algo fuerte, que somos los mejores!
Llevaba tres semanas trabajando todo el día en un bar y viviendo en el piso de unos amigos. Más concretamente en el sofá. Iba los lunes a casa de sus padres a comer caliente y coger algo de ropa… su cuerpo irradiaba desarraigo, un desarraigo que no era capaz de sentir. Sólo sabía que no tenía casa, que dormía en un sofá prestado y que le estaba gustando la sensación de no sentir. Si es que se puede sentir algo en esos momentos. Cuando cerraba el bar, a las dos o tres de la mañana, recorría los últimos locales abiertos de la ciudad junto Paquito y o Antoñin, se íban a la cama- él al sofá- siempre doblados. Se levantaban tarde, comían -en exceso carbohidratos- y volvía al bar.
Su hígado ya se estaba resintiendo, llevaba un mes sin rumbo ni posada. Cuando iba a casa de sus padres había un silencio que anunciaba tormenta. Apenas escuchaba los primeros truenos se escabullía con cualquier prisa y volvía a dar una vuelta por los bares. Así, dando una vuelta por uno de los bares que visitába, fue como le ofertaron entrar en un piso. Uno de los chicos de una vivienda no había aparecido y no sabían si vendría o no. Lo visitó inmediatamente. Estaba en la zona donde proliferaban los bares y tascas, junto al bar de los jóvenes bohemios de la ciudad. Cuando vió la habitación que le correspondía sintió lo mismo que cuando vio el bar en el que siguió trabajando tras el verano: nada. O mejor dicho, no le gustaba y no quería dar marcha atrás. Así que sumó otra incongruencia a su vida y convenció a los chicos que le habían enseñado el piso que era la mejor opción. Al día siguiente hizo un traslado rápido y se instaló en la guarida.

Sus padres volvieron a instigar un poco o un mucho... ya no importaba, no es que estuviera decidido, es que estaba haciéndolo. Tardó unas horas y tenía una habitación improvisada y seis o siete colegas metidos allí. Poco a poco, sobre las cuatro de la madrugada se fueron y se quedó sólo. Así de sencillo. Estaba sólo como muchas otras veces y a la vez de forma diferente, esta vez lo había gritado al mundo. Esa noche, aunque nunca llovía en esa época del año, estalló una tormenta y le pareció que venía a pintar el cuadro de su momento vital.
Hubo un momento de temblor, de frio, de duda, de gritar papá, mamá, familia, dentro muy dentro….y esperar la respuesta del eco desde dentro de su pecho, como Christopher Lambert en Greistonne, él desbocando las fieras de su interior mientras azuzaba dos caballos en un carro alrededor del patio de su inmenso castillo recién heredado, con los cabellos sucios, desmelenados y la lluvia confundiendo su alma y sus lágrimas. Así se veía, con el látigo y las riendas, azotando a sus caballos interiores cuando se dio cuenta que su eco no respondía. Su pecho albergaba un vacio tal que sus sentimientos no encontraban eco de sí mismos..


Yo me creia con suerte. Siempre me pasa
lo mismo, me creo con suerte y el tiempo me demuestra lo contrario.


Era una ciudad pequeña, una provincia, como se decía todavía, como si a pesar (y tal vez sea cierto) del paso del tiempo, hay cosas que no cambiasen jamás. Ya había terminado la carrera y comenzaba el doctorado. Trabajaba de noche en un bar y conocía todos los tuburios y porteros de la zona. Hasta ese momento su relación con la urbe, con la ciudad, con esa mujer nocturna llena de pedrería barata y alcohol para embriagar mil sueños, había sido excepcionalmente ocasional. Tenía todos los puntos para perderse en el camino y así fue. Por fin le había aceptado entre sus carnes, se había alojado como uno más de sus chinches, y por fin se sentía animal. Se relacionaba con los estudiantes de arte dramático que de vez en cuando ensayaban en casa. Conversaba con parsimonia y con códigos privados, casi gremiales, con los camareros del bar en el que fumaban pipas de hachís y compartían la marihuana hasta altas horas de la madrugada. Asistía a conciertos y ensayos de grupos independientes locales, grupos que nunca saldrían del único local en el que actuaban. Parecía que el tiempo y una caña le estaba haciendo familiarizarme una vez más con el entorno y al poco se conocían todos, sabían la vida de todos. Ya tenía otra familia putativa, de supervivencia. Fue la primera violación del espíritu de la ciudad: convertirlo, si es que llegó a ser alguna vez otra cosa, en un pueblo, en un círculo cerrado donde era difícil entrar y más aún salir.

El edificio donde vivía tenía tres plantas, dos de las cuales estaban enteramente dedicadas al alquiler a estudiantes. Los que ocupaban los pisos superiores eran amigos desde la infancia y en la tercera planta la rutina era de puertas abiertas. El resultado: una pseudo comuna. Alguna noche me encontraba gente durmiendo en su habitación lo cual resultaba a veces incomodo, otras entretenido, muy entretenido. Tenía relación con un chico del tercer piso, que a su vez tenía relación con una compañera de piso además de alguna relación con gente que iba y venía. Alguno de los que iban y venían tenían relación con alguno de los que vivían en esa u otra planta del edificio. La suma de relaciones cruzadas tenía como resultado mapas emocionales que describían cada una de las necesidades de cada uno de los habitantes, de manera que resultaba del todo interesante el mecanismo de entropía, si le hubieran prestado atención.

En cierta ocasión una compañera, por morbo o por estudio, estuvo confeccionando un posible mapa de algunos de los integrantes de la ya llamada “comuna”, mapa que acabó encima de algunas de las mesas de café en cualquiera de los pisos que componían aquel territorio. Las caras de los presentes trasportaban al kindergarden. Todos conocían parte de la red que entretejía sus vidas y sin embargo pocas veces era observable la totalidad. En cualquier caso lo más sorprendente era la capacidad para mirar solo lo que querían mirar y alguien acabó guardando el papel sin ningún comentario.

Comían cada día en una casa y muchas veces pasaban días sin pasar por su propia casa o habitación, pero, sin salir del edificio. Entre tantas personas siempre había alguien haciéndose un porro, solo era cuestión de pasearse por las cuatro viviendas con sus puertas abiertas, con su decoración de todo a cien, con sus manos de pintura sobre gotelé que pedía a gritos ser arrancado de las paredes y guardaba en cada una de sus capas la historia oculta de cada año, de cada inquilino, de cada viajero.

La mayoria de los inquilinos procedían de una población costera acostumbrada a las variaciones de población en los meses estivales. Se conocían anteriormente todos, precisamente de las visitas a esta población con las respectivas familias o en su caso por compañeros de estudios que en carnaval y por calenturas varias se volvían homosexuales. Así mismo, él se volvía heterosexual bajo ciertas calenturas y excitaciones. Para no delimitarse, para no definirse abanderaban una bisexulalidad o pansexualidad incomprometida que les daba todas las posibilidades de evitar la soledad y el compromiso, a la par que reportar muchos placeres. Si hubieran podido tener conciencia habrían podido intenatar – sano intento- que el sexo no fuera una forma de conocer gente.



- ¿Sabes?, voy a tener un hijo.
-Pero que me dices! Pero siéntate aquí que vas a estar mucho más cómoda.
-Eres la primera persona a la que se lo digo.
-Ah! (al girarse) mi Carlos!
-Tranquila, que tu llevas todo el día durmiendo y yo todavía no me he acostado.


Por fin había terminado el asado, mientras terminaba dos souflés de fruta. La cocina estaba a pleno rendimiento y las especies volaban de un mostrador a otro. Iba apilando un cacharro y otro en el fregador que extrañaba al friega platos, despedido y no sustituido. Estaba ella sola. El télefono no paraba de vibrar en el bolsillo del delantal: T Kiero cielo, DND estas ahora, huelo tu pecho.
Ella levantaba la cabeza y sacaba el orgullo allá escondido. Era su hombre, era imperfecto y ella lo amaba. Todo normal.
Tal vez era solo un mensaje en un lenguaje que quedaría pronto olvidado, superado por otra tecnología, sin embargo esa mañana esas pocas palabras la hacían volar, la hacían sentir confianza y esperanza, la hacían sentirse la mujer más feliz y más poderosa del mundo.
El horno volvía a desconectarse solo y así no había manera de mantener la cocina. Ella sola, a falta de dos ayudantes y con una jornada excesiva. Luego tendría que fregar todos los cacharros y limpiar la cocina, justo antes del turno de tarde- noche. Ella podía aguantar eso y más, mucho más, siempre que el premio mereciera el esfuerzo. Podía ser confiada, no tonta. O al menos eso pensaba de sí misma.

Así que, mientras que sacaba el asado e introducía los suflés con la otra mano contestaba inquieta como una niña que por primera vez asiste a un concierto de su ídolo: TQ, spero vert pronto. M xcitas corazn. Nos vemos el viernes.
Suflé listo. Dejar enfriar. Despejar la cocina. Tirar basura y desperdicios. ¿Llegaré para él té? Pedir las horas extras. Beep. Otro mensaje: ¿No viene hasta viernes, nos vemos?

Entonces aparecen las nubes negras, no quieres mirar otra vez el mensaje prefieres dejarlo para cuando salgas. El encargado del restaurante te lo dice bien claro: no pagamos horas extras. No podemos permitírnoslo. Dentro de ti emerge una onda expansiva. Has intentado callar pero tu estomago no quiere úlceras. Será un error y prefieres volver a la cocina a esperar al dueño, que volverá a decirte lo mismo. El suflé rodaría por el pasillo, como rodaban las promesas que se habían hecho calle abajo, camino al estercolero. Siempre se enteraba de los escarceos de su pareja, no le importaba, estaba enamorada. Eso, o lo suyo era de tratamiento.
Ella lo amaba y el la amaba, lo único que no compartían era el significado de la palabra amor.

Al salir lees una y otra vez el mensaje extraviado e intentas darle un mensaje diferente al evidente. Lo imaginabas, lo sabías, lo esperabas, por los miles de indicios y porque era de esperar. El verdadero dolor te llega desde el error de forma. Enterarte por despiste es demasiado.

Coges la basura en alto y la giras para que caiga a plomo en el contenedor. Y en el suelo, lo ves, está ahí, blanco y negro y con cara de viejo. Todo no puede salir mal hoy. No puede ser. – te dices, y recoges el animal que cabe en tu palma de la mano. Con el animal caliente entre tus manos te alejas del callejón. A veces lo difícil no es tomar una determinación, sino ponerla en marcha. Te diriges a casa, silbando la versión del bolero de Lola Beltrán: soy infeliz.

Café o té.

No tienes prisa, no tienes donde ir y tus movimientos compiten entre sí por la perfección pronunciada por el propio juicio. Mientras has terminado de fregar, y la mesa puesta para comer lucha, apoyada en dos ladrillos por mantener la forma y contrarrestar la ley de la gravedad.
Yina entra en la cocina.
-Friegas tu después de comer?
-Porque preguntas si sabes que me toca?
- Que humor, chica, era por confirmar, por controlar un poco.
- Que cínico que eres Ramón! ¿Por qué no controlas a tu padre?
- Vete a la mierda.
- Estoy frente a ella.- eso parece haber hecho mella.
- Ramón, hoy no. Hoy no tengo humor.
- Ya sé. Solo cuando tú quieres.

Yina baja la mirada y parece a punto de decir algo, se detiene y levanta, antes la mirada.- mira nenico, puede ser que yo no tenga humor hoy, pero eso a ti te tiene que dejar tranquilo, o por lo menos si ves que a la cuarta no puede ser, pues no fuerces! Cabrón!

- A mi me puedes decir eso y mucho más, pero a ti te pasa algo más. Vamos a comer.

Silencio. Entra la niña, que mira con sus oscuros ojos negros y con un paso tranquilo que emana fragilidad ensayada, llega hasta la mesa pasando en medio de los dos, todavía inmóviles frente a frente, y se sienta ceremoniosa en su sitio junto a las plantas.
– Comemos, no?- pregunta.
Yina la mira y Ramón mira a Yina. La niña mira el horno y con su voz de niña, ajena en apariencia a todo lo que estaba sucediendo a su alrededor, dice tranquilamente: servid los platos.

La miran con cara extraña, como si vieran un extraterrestre que acabara de aterrizar en su cocina, tal vez sea eso, que la niña es un poco extraterrestre, como todos los habitantes de este jodido planeta.

-Yo alucino contigo. – dice Yina.
-¿Por qué? – pregunta la niña sonriendo-.
-Porque creo que eres un poco extraterrestre, vamos, rarita… Comamos.
-Yo si que alucino con vosotras.- dice Ramón- Ya sirvo yo. ¿Los platos azules?
- Yina le hace señas a la niña, le indica le deje a Ramón hablar solo. ---Vale- Prosigue Ramón- Dejare el plato de Clara por si quiere cenar esta noche asado, si no siempre se lo podemos dar a los Raules. ¿No? – Ramón sigue narrando su vacio interior mientras automáticamente realiza el ritual de servir el asado de los martes en los platos azules que compró en un rastro de cerámicas de segunda mano. Sirve los platos y se sientan a la mesa. Yina parte pan y los tres se vuelven a levantar para sopar el pan en la bandeja del asado. Mientras comen con el delirio de una camada de leones amamantados con sueños rotos, suena el timbre.

-¿Estamos? Pregunta Ramón.
-Yo, no. – Contesta Yina.- a menos que sea Estrella.
¿y cómo sé que no es Estrella?- pregunta mientras sopa la tercera rebanada de pan-
-Lo sabríamos ya- dice la niña- habría golpeado la puerta o pegado tres gritos, o lanzado alaridos desde su cocina, o abría gritado desde su estomago: ¡Meeelllvas!!
-Mírala, y parece que no se entera de nada- Ramón, sigue hablando con la boca llena- .
-Es que la contemplación da para mucho. – Contesta.
-No estamos.
-Eso, no estamos- afirman los otros dos tragando sopas pan.

La puerta se abre de un portazo.
-Clara! -Gritan los tres-
-Peich! -Dice Yina. -Has comido?
-No. No he comido. Me ponéis plato? Vengo en un minuto.
-¿A dónde va? -Pregunta la niña desde la bandeja del asado-.
-¿No estás sopando lo bastante?
-Coge su plato, yo le pongo cubierto.-Clara entra en la cocina al cabo de unos minutos. Se lava las manos. Sentada a la mesa en su sitio, en su plato, sigue con la cara inexpresiva, ausente y atentísima a que no le pregunten.
-Quieres agua, Clara?
-Si por favor.
-Huy! No te hemos puesto vaso, espera.- dice Ramón haciendo el amago de levantarse.
-No, déjalo, ya lo cojo yo, - Clara se levanta de la silla- estoy acostumbrada a que se olviden de mi, por momentos.
- Se detiene frente a la puerta del armario. El chapado de la puerta con su lacado en blanco devuelve para clara un reflejo blanquecino. Ella buscando el vaso que nunca tiene mientras a sus espaldas todos continúan comiendo. Cogen pan y beben agua, saltean la ensalada y apuran el vino, y ella reflejada en la puerta de la cocina, en tonos heterogéneamente blancos, como muerta, como escena de una secuencia de Tim Burton. Durante apenas unos segundos, esos segundos destilados que nos relatan cada movimiento del aire, esos momentos donde uno puede, cambiar de dirección.
-Te pasa algo? – pregunta Yina, que mira con una seriedad nada propia en ella.
-Nada. – y vuelve a sentarse marcha atrás.
-¿No querías un vaso? -Si.- Contesta Clara.
-¿Te has mareado? Estas baja en yodo y la luna esta creciente- Dice la niña.
- Esta ya se ha intoxicado con la comida del restaurante.
-Ramón, es ella la cocinera.- Dice la Niña.
-No es nada de eso. Comed tranquilos. ¿Me acercas un vaso Ramón?- Todas miran a Ramón-.
-¡Que!? Mira, Yo te traigo el vaso- dice levantándose- pero como os hayáis puesto las tres con la regla otra vez y esto sea el principio…-
-Ramón por más gay que seas no dejarás de ser un hombre, y machista!-
-Bueno- dice Ramón- tal vez un poco bruto. Perdón. – Dice dando el vaso a Clara- Tampoco era un comentario tan perverso – sonríe seduciendo al frigorífico, porque ni clara, ni Yina ni La Niña contestan.
-No era la perversión, sino la falta de tacto. – La niña sonríe tras decir esto y se echa una patata asada a la boca.
-¿Cómo está el día no?
-Come Ramón- dice Yina- Come y calla.

Durante unos minutos todos mastican en silencio, la habitación se llena de calma momentánea. La radio comienza a sonar inesperadamente a las tres en punto. Con la melodía del programa New Age que escucha casi todo el edificio. Esta vez se escucha desde uno de los huecos de escalera que dan a las habitaciones del otro lado. La canción de Lorena Mackenitz acompaña al sol que cae a plomo y hace más pesado el respirar. A los pocos minutos alguien apaga la sintonía.

Con los platos ya a medio, Ramón se atreve a preguntar, en un intento de sinceridad en medio de este silencio.
- ¿Como estáis?
- Pues no ves, mal.
- Ya, pero por qué? ¿He hecho algo mal?
- Ya estamos. Mira, las cosas a veces están mal y punto. No es por ti ni puedes hacer nada. A veces lo único que se puede hacer es estar y pasarlo mal.
-Menuda frase para un sitio como este. – Clara ha hablado sorprendentemente consciente.
-Yo recojo- dice la Niña moviéndose como una gata alrededor de la mesa.
-Café o té? Pregunta Ramón.
-Ya?- dice Yina- Clara sigue con su plato.
-Si. Ya lo sabes, justo inmediatamente después de comer.
-Haz las dos cosas. -Dice finalmente Clara.- vamos a la salita, trae las tazas y como te olvides de la mía te rompo una pierna.
-Vale. – Ramón sonríé.
- Mientras voy a por algo.- Dice Clara.-
-Yo también. La niña sale hacía su habitación. Me dieron esto- trae un cogollo de marihuana- un colega en la discoteca, la ha cultivado él, y huele, que te cagas! Vive en la montaña, solo en una cabaña y construye su casa con piedras que sube en una mochila desde un pueblo. Se alimenta de lo que cultiva. ¿No os parece romántico?
-Me parece genial, sobre todo si comparte lo que cultiva- Responde Yina.
- ¿Y qué hace en una discoteca?- Dice Ramón-.
-Ramón, es de buen nacido ser agradecido- concluye la Niña.

Clara ha vuelto, trae algo entre las manos. Están todos en la salita, esperando para servir el café, cuando abre su regazo y aparece un pequeño perro recién nacido.
-Lo encontré al salir del trabajo del que por cierto, me he despedido.-

Silencio.

-Has hecho bien, - Dice la niña- Yo tampoco he aceptado un trabajo que me iba a “solucionar” la vida. Qué bonito que es el chucho!
-No es por nada pero tiene cara de viejo- Dice Ramón liando un porro y sin prestar mucha atención a los cariñitos que la niña le hace al perro.
-Lo difícil va a ser pagar el piso el mes que viene, pero ya se me ocurrirá algo, tenía que decirlo.
-Tranquila, no pasa nada, pero no te duermas en los laureles! Lo cierto es que me he asustado cuando has dicho lo del trabajo, sobre todo por el dinero. – Ramón enciende el porro, le da una calada y levanta la cabeza- -¿Se lo has dicho a Álvaro?

Otro silencio. Se pasan el perro y el porro. Clara trae un poco de leche para el café y para el cachorro.

-No lo he visto. Está en el pueblo con Julio en las fiestas. Bueno, Yina los habrá visto estos días atrás no? Yo solo he hablado esta mañana con él. – dice Clara desviando el foco de atención. Yina no contesta. Parece absorta. Parece ir a decir algo. Se detiene. Y luego dice: - No quiero saber nada de Julio. Lo cierto es que no quiero saber nada de mucha gente
que ahora está cerca de mí. Además, no viste tu a Álvaro antes de irse el viernes?
-A que viene eso ahora? – pregunta Ramón, sonrojándose.-Clara lo mira confirmando sospechas para sus adentros. Gira la cabeza agotada y observa al cachorro sin nombre bebiendo leche.
- ¿Sabéis? – Dice la niña- a veces me gustaría ser como estos animales, siempre pequeños, siempre bebiendo leche, lo demás no importa.
-A mí esto me da mucha pena- comienza Yina- porque siempre nos callamos más de la mitad. Y si nos callamos nos guardamos un trocito del mundo. Estoy agotada-
-Yo también- dice clara- y no quiero agotarme más de este modo. ¿Puedes cerrar la ventana? – Ramón cierra la ventana.
– Mirad llevamos casi cuatrocientos días viviendo aquí, en este edificio, lleno de gente maravillosa y rollos maravillosos de fantasía. Estoy harta. – los ojos se humedecen- cuando me levante me dije que tendría fuerzas para pasar otro día y que me respetaría.
-Sé lo que vas a decir- Ramón ha dejado de fumar y mira a los ojos a Yina- se supone que nos tenemos a nosotros y si no nos cuidamos entre nosotros no somos nada de lo que parecemos. ¿Qué quieres que lo saquemos todo? ¿Te parece fácil? A mí no desde luego.
- A ninguna de nosotras- Clara se levanta y saca una libreta del armario. Parece buscar una hoja en concreto. – Mirad- dice señalando una página- cuando se traspapelo esta libreta y visteis ese socio grama superficial de nosotros, ¿qué hicimos? Lo cerramos y giramos la cabeza.
-¿Entonces qué?
-Entonces nos vamos cada uno por su lado.- la niña suena desde el suelo con el perro- ¿no?
-Yo no quiero irme. No quiero ir a casa de mis padres y ahora no puedo buscar otro piso.
-Si. Mejor no hablemos de padres, que me pongo nervioso-.
-Ramón, cada vez que hablamos de cosas personales te escapas sin moverte del sitio.
-No hace falta que cuente nada. Ya lo sabéis todo. Aquí nadie dice nada y se sabe todo, o casi todo ¿No? Eso nos pasa por hippies, por hippies y por confiados. ¿O creéis que todos somos amigos? Aquí estamos muy bien, pero fuera, en la calle, en el mundo real nos quitaríamos las oportunidades los unos a los otros.

Yina ha estado callada un buen rato, coge al perro y lo levanta hacía su regazo. La niña se sienta a su lado para seguir acariciándolo.
– Tienes razón- dice- aquí todo el rollito es muy chulo y grato pero no es real. No lo es por lo menos en la generalidad, a ver, supongo que cada uno con dos o tres personas tenemos algo especial y de eso se trata, de la falsa confianza en la que como todos somos amigos de un amigo, va a parecer que somos una piña. No quisiera ver a la mitad de los inquilinos, y a muchos desearía no haberlos conocido.
-¡Que drástica!
-Es cierto, Ramón, y tú opinas lo mismo, pero te matas agradando. Es decir, eres falso. Lo cierto es que no somos muy auténticos en nuestras relaciones, es como si todo estuviera empañado por el ambiente. Deberíamos distinguir relaciones individuales. Odios individuales. Palizas individuales. Tratamos entre personas y no corporaciones. Esto es una mierda. En el fondo no tenemos confianza.
-Habla por ti- dice Clara.
-No tengo confianza en los otros. Y Clara, unos por exceso y otros por defecto. Esto no es real.
-Lo sé. – sentencia Clara mirando al suelo.
-Tampoco esperarás ser súper colega de todo el mundo.- la niña sonríe a medio mientras dice esto. - Eso sí que es irreal.
-¿tienes algo mejor? ¿y que si nos construimos un colchón emocional? El mundo está muy feo. ¿Yina, y que si podemos estar aquí protegidos?
-Yo esto no lo quiero. Que por no dañar a nadie no pueda hacer lo que quiera o lo que me corresponde… no lo quiero. Nos hacemos daño entre nosotros. Yo no lo quiero. Tal vez os quiero demasiado y yome quiero demasiado poco, tal vez y a la vez en el fondo ni os quiero ni me quiero. Tal vez no os quiero ni quiero esto.