En el tren, camino de vuelta, buscando el descanso, sin mucho que contar en realidad y sin embargo repleto de experiencias, ¿que importaban las experiencias al fin y al cabo? ¿cuanto se podía pedir por ellas en la reventa de sus bienes? Poco o casi nada. Nada.
El asiento lo situaba de espaldas al sentido del viaje, asi como un cangrejo entra en el mar, volvía hacia el inconsciente, volvía a la playa de castillos de arena, volvía irremediablemente a jugar entre las olas al abrazo de la tierra, como si la tierra quisiera abrazar a los exiliados.
Su regreso aunque temporal, siempre lo trasportaba a la sensación que vivía en su interior, que palpitaba en cada respiración que daba, en cada comida que preparaba, en cada café con leche frio y falto de sabor. Profesionalmente aislado de cualquier vivencia reconfortante, aplastado como aplastados quedan los castillos de arena ajenos, con decisión, con rabia, con indolencia, antes que otro o el propio mar, los aplaste o los borre, para el pequeño goce de poder sobre poder ausente. Locura al fin y al cabo.
Esta sensación de fatalidad y agotamiento le perseguía desde hacía tiempo, tal vez desde siempre, señalando sin manos un destino despreciable, la sensación de no conseguir nada remarcable para él mismo, por muchos esfuerzos que pusiese, por mucho empeño que tuviera. El sino de la vida puede ser vanal, aunque los actos que componen nuestra biografia no nos lo parezcan.
El odio con el que miraba el mundo por no darle lo que necesitaba le estaba llenando de rabia, de frustación, en definitiva de amargura…y vivir la vida con amargura le estaba conduciendo irremediablemente a odiar el mundo.
El primer pensamiento que le vino tras dejar la estación giraba sobre su fortaleza ante la capacidad de pedir, ¿había pedido firmemente lo que necesitaba? Escrudiñando sus recuerdos tenia presente haber pedido pero tambien recordaba ambages, medias tintas que nada le decían de su capacidad de actuación hacia el provecho de la propia vida. Estaba otra vez como al principio y tenía la sensación de no salir de ese círculo.
Regresando tropezaba una y otra vez con los mismos fantasmas. Tarde, siempre tarde , aún cuando no sabía el camino, aún cuando probablemente no hubiese ni camino ni final para su historia. En su afán por llegar deprisa a donde no sabía, habia dejado atrás todo lo que sentía pesado, relaciones, conocidos, proyectos que le enmarcaban que le definían, aunque fuera temporalmente. Era capaz de recortarse- decía- de las circunstancias y ubicarse en otros contextos desconocidos, sintiendose ligero, mientras simultaneamente, adquiría el lastre del olvido, el peso y la lentitud que le daba el hecho de caer siempre en los mismos errores, en tropezar con los mismos fantasmas.
Solo era capaz de oler su sombra, el único fantasma del que no podía desprenderse por muy rápido que corriera, por muy lejos que fuera, por muchas veces que se recortara a sí mismo de las circunstancias y se implantara en un contexto diferente y novedoso, esta siempre le alcanzaba a cada paso y le devolvía el miedo de verse alcanzado por sí mismo.