viernes, 27 de noviembre de 2009

Diferente

Democracia, on? Terrorista, qui?
Esas palabras le daban los buenos días desde el balcón, frente a la ventana. Esas y otras muchas consignas sobrellevadas desde el 11-S, eran las que habían empujado a unos a la contienda y a otros, tal vez la mayoría, a la contra- contienda.

Joel intentaba hacer germinar y florecer algunas macetas en el balcón afeitado por una interminable cascada de vehículos, hecho por el cual las plantas que llegaban a crecer lo suficiente mostrando en su inclinación la fuerza de la corriente que las azotaba.

La descarada invasión había llegado a su fin en países lejanos mientras, continuaban muriendo personas cercanas. Para Joel la gente moría incesantemente en su imaginación, la gente explotaba, la gente desaparecía, o simplemente dejaban de llamar, lo que para su vida social era como una muerte más. Su familia estaba lejos y por primera vez se llevaban decentemente. El desarraigo era común en esta época y en esa generación. Ese desarraigo y el olvido marcaban su vida día tras día. Tal vez por esa razón, las pancartas y banderas anti militaristas seguían expuestas de los miles de balcones de la ciudad, llamando al ejercicio de la memoria y la persistencia, implorando a la historia y a los ciudadanos no olvidar, no caer en el tedio, buscar causas por las que enamorar a la vida que palpita bajo la superficie de las cosas, bajo de la piel… Mientras, revisaba fotografías que habían aparecido en la última mudanza. No sabía muy bien, tal vez solo se preguntaba cómo podían estar pérdidas esas fotografías y de repente, aparecer, sacudir su vida como un cajón de sastre, y producirle la estupefacción del que se encuentra un pedazo de su cerebro al mover una estantería mal situada. Seguro que él mismo había inconscientemente sacado de sus rincones entre libros y discos abandonados, seguro que de algún modo había una razón para que esas fotografías aparecieran allí sobre el escritorio tras la reordenación de todas las pertenencias que arrastraba mientras se liberaba de sí mismo. O simplemente eran basura.
Intentó describir las imágenes sin darles cercanía emocional. El resultado fue breve:

Fig.1
Diez caras alrededor de una mesa acompañadas por otros diez cuerpos cansados, miran a la cámara bajo un pino que soporta inclemente, la carga de diez casitas para pájaros prefabricadas. Miran a cámara y gesticulan el dolor en los ojos que supone sentir la fuerza del amanecer tras una noche en vela buscando trabajos de emociones perdidas. Trastornos del alma. Una de las fotografiadas sonríe a cámara tras sus gafas de sol.

Fig.2
El borde de la cabina del dj, la sutil barra se inclina para depositar en el sucio suelo la carga que impide el apoyo, los vasos con hielo derretido y los botellines oscuros de olor agrio. Ellos dos miran a cámara con una sonrisa fácil y unos ojos vidriosos. La oscura puerta a sus espaldas limita con su pestilente aroma el umbral de la zona segura.

Fig.3
En una habitación de barroquismo hippie un hombre oral enseña a uno mimético algunas fotografías porno en el ordenador, mientras la esposa del primero los fotografía a los dos en la posición más cercana que pudo nunca tener: el umbral del erotismo ajeno. El mimético sonríe a la cámara esperando el momento de estar a solas y poder llorar.

Fig. 4.
Dos seres parecidos en su expresión se sitúan en un espacio ajeno y se detienen, miran a cámara y se abrazan mientras retienen o esconden sus uñas.

Fig. 5.
Atrás en el tiempo, adolescente efervescente en medio de una calle desconocida. Barcelona. Principios del año 91, calles que enamoran a los viajeros de paso. Sueños de otra vida, deseos juveniles.

Fig. 6.
Cinco jóvenes y un perro sobre una alfombra abandonada en una terraza. Ropa tendida. Café pastas y hachís. Ociosidad aparente.

Fig. 7.
Doce comensales. Once en la foto. Uno mira, más de uno dispara. Bajo la sombra se sirve el té en la terraza.

Fig. 9.
Buhardilla iluminada. Sueño al atardecer. Viaje por la metrópoli de los sueños propios. Postal de una exposición a la que no había asistido y en su reverso podía leer una poesía que le recordaba la razón por la cual no había asistido a tal evento.


Tras ordenar las fotografías por complejidad de recuerdos o por el grado de historias inconclusas que evocaban las dejó en un álbum de fotos que vagaba por la estantería. Una sensación de incapacidad, de no saber qué hacer para remediar lo que no sabía que estaba pasando con su mundo y con su vida lo embriagaba y deseaba como nunca que alguien le dijera que hacer, que le indicaran el camino, en definitiva no tener que elegir.
Percibía el deber de tener fe en sí mismo, debía suponer que la constancia y la perseverancia le harían encontrar una oportunidad, ver saltar la liebre como afirmaban los libros de éxito laboral. Sin embargo, le llenaba una sensación de agotamiento constante, que lo levantaba ya cansado.

Se arrastraba hasta el desayuno cada mañana mientras veía las noticias, con los últimos acontecimientos de guerra transmitidos vía satélite, y seleccionaba los anuncios de ofertas de trabajo. Decidió dar una vuelta y dejar que el aire de febrero le despojara de la sensación de estar tirando su vida por el retrete.

Marcos
Tenía 28 años, una carrera de bellas artes y un futuro profesional como empleado de banca. Cada mañana se levantaba mediante un resorte interno que él mismo no podía explicar. Algo que lo empujaba a levantarse
todas las mañanas a las siete, vestirse con un chándal, correr durante treinta minutos, volver a casa, ducharse, desayunar y aparecer a las 9.15 puntual por la oficina. Marcos decía que se encontraba en la cumbre de su vida.
Había dejado sueños románticos de artista en un armario junto con lienzos y pinturas sucias, había despachado a su novia poco después de encontrar trabajo en una sucursal bancaria y se había comprado un coche con equipo estéreo y carga para veinte cd´s. No dejaba de impresionarse a sí mismo, día a día, y lo repetía hasta la saciedad en los cafés de oficina, donde todos se quejaban de su mujer, los niños, la hipoteca… todos, a excepción de Marcos, dejaban la amarga barra manchada de su amargo café –sólo, gracias- con sus amargas palabras de encadenamiento a ninguna parte. Marcos se jactaba de su situación, reconocía estar mejor que sus compañeros, menos ataduras y menos compromisos, dan siempre menos dolores de cabeza- decía entre café y pitillo. Siempre solía tener alguna frase de parecida contundencia que nunca lograba reducir a nueve palabras, para convertir en verdadero aforismo según las indicaciones del sabio Geiso tras la revolución de las palabras, que acompañasen a modo de anuncio su inexistente corporeidad aparente. Fantasma o cola de pavo real.

De madrugada, al salir del club, cogía su coche y conectaba los cuatro altavoces de repetición con sus 150 W de potencia por canal, haciendo vibrar las ventanas del quiosco de la calle Adelantado. Siempre se ganaba unos insultos del vendedor de cupones que sentía más que nadie los 150 W por canal del equipo estéreo con cargador para 20 cd´s. Marcos sonreía por la ventana girando la cabeza y levantando las dos manos al pasar entre el quiosco de Julián Torralba y el vendedor de cupones, que por ser ciego no tenía nombre. El segundo altavoz delantero vibraba molestamente y comprobó que un pequeño tornillo se había aflojado al poner tan alta la nueva canción del famoso cantante de sombrero raido y colgante de oro a juego con la dentadura de la chica que baila en su video-clip. Marcos sujetaba el altavoz para comprobar el ajuste necesario mientras pasaba ante los vendedores de rosas filipinos que hacían el turno de madrugada, los mismos tal vez que habían puesto la pegatina en doce idiomas- no desmontar, made in taiwán- en el interior del altavoz que Marcos intentaba ajustar. Mientras en la otra acera Julián Torralba recogía los periódicos de la entrega de la mañana y abría la persiana del quiosco
para comprobar, extrañado, un sobre grande y pesado con una franja de color púrpura y con una calavera en el remite depositado justo en el mostrador a través de la pequeña rendija para comprar tabaco que la persiana ofrecía a los más empedernidos fumadores.

Julián que llevaba tres años fuera de su país, Colombia. Huía desde hacía cinco, de los antiguos compañeros de guerrilla a los que había traicionado por un pasaje turista hacia Europa y dos kilos de bolas de coca en el estómago que le habían dado los paramilitares. Había comprado papeles de arraigo en el país a un abogado de inmigración que se llevó casi todos los ahorros de su vida, y con la venta de las bolas de coca había gestionado el traspaso del quiosco que le ayudaba a dejar la antigua vida y pasar desapercibido, ya que, lo buscaban no sólo los ex compañeros de la guerrilla, sino también los paramilitares que aún esperaban su parte del negocio de estupefacientes.
Ninguno de sus acreedores sabía donde vivía, a que se dedicaba, que papel usaba cuando se sentaba en el retrete, tal vez él mismo no lo sabía, como tampoco sabía lo terrible que era la aflicción de Txosu, el hermano de Txema, al que Julián Torralba había vendido una de las bolas causándole la muerte por la pureza del material entregado.
Éste último era quien había confeccionado el artilugio explosivo, terrible afición decíamos, muy reactivo a los sonidos de onda amplia y vibratorios, ideado para explosionar en una reunión de pan criollo, cerveza y aguardiente, música bachata de viernes noche -modelo Bosé de pié fijo, 115Mhz-. Justo la misma frecuencia que destrozaba los oídos de
Marcos sin que éste hiciera nada para evitarlo, más aún, lo alentara y disfrutara desde su portentoso equipo de música del automóvil, mientras el quiosquero levantaba la persiana y el vendedor de cupones añadía oídos sordos a su ceguera.
Fue ese mismo sonido destroza tímpanos- elevador del ego, este coche es mío- el que hizo que otra mecánica – elevadora del ego, semilla del odio, chupaos esa- mandase el cuerpo de Julián Torralba sobre, dentro y debajo del coche de Marcos mientras una de las chapas de aluminio del quiosco venía a decapitar al vendedor de cupones ciego, sin nombre por discriminación hacía los disminuidos visuales, sin dejarle insultar como cada sábado de madrugada a ese niñato punki con gafas de sol que siempre saluda levantando las manos desde su coche último modelo con equipo estéreo extraíble con cargador de 20 cd´s, -aunque esto no ha llegado a verlo, claro, pues es ciego- de una forma limpia y certera.
Degollado justo cuando se disponía a soltar, modulando el aire, por esa misma garganta. Marcos intentaba abrir los ojos mientras la sangre le impedía ver con claridad. Afinando la vista pudo observar con el tornillo derecho del altavoz que intentaba sujetar a la puerta solo necesitaba media vuelta más para encajar perfectamente en la moldura así que intentó con un movimiento delicado de su uña dejar el altavoz en perfecto estado, aunque no lo conseguía, todavía no veía bien pero el muñón que era su mano no tenía ya uñas, ni dedos ni piel. Marcos se desplomó. Abrió los ojos por un segundo y leyó en doce idiomas: no desmontar. Alguien le sostuvo la cabeza. -Él dijo: cabrón.- Estaba en el mejor momento de su vida.

Investigadores.
Sonaba bien. Dentro de lo terrible que sonaba a sus oídos la lengua obligada, sonaba aceptablemente bien. No tenía ningún sonido foráneo en sus cuerdas vocales y eso empezaba a estar dentro de la normalidad aceptable para él porque la fabricación de algunos de estos sonidos le ocasionaban una salivación extra que acababa siempre goteando fuera de sus labios implantados.
Ambos recogían muestras de los cuerpos y las analizaban con extrema rapidez. Tipos de explosivos, sustancias, pólvora en los tejidos, papel de periódico en un esófago. Podían encontrar cualquier cosa, así, que tenían que cambiar de estrategia.
Enroque- dijo Harry- eso es lo que haremos. Que trabajen para nosotros. Recuerda: hemos venido de vacaciones.

Harry reagrupaba cadáveres en la mesa de aluminio mientras Hunk saboreaba un auténtico café capuchino junto al armario-congelador. El hospital de Sant Pau disponía de una sala de disección decorada al estilo modernista y aunque solo tenían que amontonar carne y sacar pedacitos de metales, pidieron usar esta apartada sala “per la seva tranquil•litzadora discreció”. Llevaban dos días en la ciudad Condal – como la llamaban los autóctonos- y una de las cosas que más les sorprendía era la riqueza gastronómica de cada rincón que habían visitado. Por saber ambos el idioma local fueron seleccionados como voluntarios internacionales por el departamento de defensa para un plan de investigación de terrorismo. Desde la guerra había mucho movimiento por la zona y el gabinete de seguridad prefería tenerlos activos en el extranjero, de forma que los estudios de medicina y psiquiatría junto con el dominio de la lengua les convirtió en candidatos perfectos.
Por fin podrían tomarse unas vacaciones, las sesiones de tortura en Guantánamo les estaban causando stress.

-Ves? - dijo Harry- aquí todo es diferente. Saborea un auténtico café. No te lo creerás -continuó mientras miraba el humo que salía de la taza- pero me han contado que eso que sostienes ahora se rió en el último momento, justo cuando le sujetaban la cabeza al tronco y apartaban sus piernas ardiendo. Se rió. También dicen que el decapitado llegó a hablar con increíble nitidez llamando cabrón a quien sujetaba su cráneo..
-Hasta ahora - dijo Hunk sorbiendo la espuma de leche del capuchino - hemos encontrado incrustadas treinta y dos piezas de un equipo de sonido con carga externa de cd, yo diría que para 20 cd´s, en los cuerpos de los dos asiáticos y un taiwanés. ¿Crees que podremos recomponer el aparato?
-¿De cd? No creo- contestó Larry- esos aparatos se fabrican en Taiwán, son baratos y no desmontables, llevan una pegatina que dice siempre en doce idiomas: no desmontar. No se podría sacar mucho sonido y es más, apostaría que algunos de los equipos que llegan aquí los traen los propios inmigrantes ilegales y no hay garantía. Los roban en la propia fábrica y parten en un carguero. Aún así, habrá al menos tres versiones posteriores.-Si- dice Hunk- la industria tecnológica se renueva constantemente.


Lluvia.
Tres días seguidos lloviendo, aunque aquí dicen plovisquetja. Mis pasos me ha conducido en círculos, vuelvo a pasar por esta calle que vuelve a perecerme estéticamente preciosa. Tal vez los dibujos y filigranas de algunas fachadas o el aire que se cuela por mi pantalón mientras contemplo fotográficamente esas casas con hiedra, azotando su desgastada fachada. Tal vez me siento encantado y mis flores no florecen.

Alguien vive en la esquina de la calle Clot. Realmente los edificios acaban en forma trapezoidal, y más por esta parte de la ciudad. Una vez, en el servicio de lavandería para extranjeros me contaron que la forma de estos edificios obedece a las reformas de Gangis, antes de la revolución de las palabras, y el porqué de esa utilización se desconoce, aunque debiera existir… Alguien vive en la esquina de la calle Clot, un hombre de pelo largo. Este iluminado ha extendido una estructura desde dos de los lados del trapecio y antes de darte cuenta aparece la esquina, que él mismo ha construido. Lleva allí, desde que me trasladé a esta zona, fuera del alcance de las cámaras de seguridad, y puede ser que desde mucho antes. Puede ser que esté desde el principio, lo cual no debería sorprenderme, como muchas cosas de esta ciudad que, sin embargo, me sorprenden.
Este individuo a triangulado un cuadrado y lo ha convertido en vivienda. No hace nada más y no es poco, pues su presencia para los transeúntes viene a ser toda una montaña rusa para sus precavidas conciencias e incluso puede convertirse en registro de una vida particular, que vendría a ser mucho más de lo que otros esperan.

Así, mojado y vacío, el parque obedece a cierto orden dentro de este caos que hasta ahora se ha convertido mi ejercicio. El sonido de las gotas retenidas por los árboles endulzan mi pensamiento que, amargo como la hiel, me obliga a buscar culpables de mi nacimiento, circunstancias de atenúen mi fracaso y argumentos que convenzan al lector a tener compasión por el que sueña con valentías que pudieran parecer locuras si no las arrastrara el tiempo. De vuelta, con el pelo mojado por esta lluvia que empapa la soledad y la hace más abultada, se me hace indispensable pensar, fantasear sobre mis delirios de grandeza y otras vidas dedicadas a la planificación terrorista. No me preguntes porqué, pero en esos momentos siento la increíble descarga adrenalínica que supondría poder vengarme de la sociedad por las injusticias, que en mi vanagloria pienso, se han cometido contra mí. Veo sobretodo aviones explotando y trenes en llamas, cargados de inocentes y de gente que sin saberlo personifican responsabilidades anónimas de todo el entramado que supone mi vida. La cosa es no elegir, no responsabilizarme. No crecer. En un cruce cualquiera morirían todos los relacionados con un determinado evento X sin que los implicados pudieran conocerse ni saber que estaban relacionados. En el avión morirían niños, adolescentes y gentes de todas las edades y a diez mil metros de altitud poco quedaría de ellos. Al pensar en esta convulsión histórica e histérica que supondría el ajuste de cuentas con el mundo. Por un instante siento como cae la lluvia sobre mi parpado derecho que hasta este momento solo se mojaba de forma descriptiva. Y parece desvanecerse la sensación de desesperanza, me acomodo en esta descripción de mí mismo victimizando mis errores, menospreciando mis logros. Al salir del parque y encaminar mis pies hacia mi apartamento de renta limitada, justo al encontrar la calle Adelantado, sentí la explosión. La sentí y mi cuerpo se estremeció. Caí al suelo.

La televisión miente. Nunca en una explosión ves salir los trozos de metralla o las partículas despedidas hacia los laterales de la pantalla, tampoco te da tiempo a ver qué ha pasado, tan solo percibes una sacudida un olor a carne chamuscada y gasolina, un miedo protector agarrado en cada célula para sobrevivir- aunque en ese momento no eres capaz de pensar siquiera en supervivencia, solo la ejecutas- justo entonces, aunque de algún modo sabes con seguridad que ha pasado, tiendes a preguntarte, a racionalizarlo, a explicarlo al propio hilo narrativo de cotidianidades que supone la propia conciencia. Me sangraba el oído izquierdo y tenía entumecido un hombro por el golpe al caer al suelo. Al levantar la vista vi el horror: un coche en llamas, cuerpos destrozados en un batido de carne y humo, miles de periódicos en el aire que anuncian
el final de la guerra lejana y la parte delantera de un cargador de 20 cd´s todavía humeante. Recuerdas las palabras que te dan los buenos dias: Democracia, on? Terrorista, qui? mientras al sacar a un hombre en llamas y ver como se le descuelga la cabeza dice: cabrón.

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